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Diciembre de 2009

ESTO NO SE DIJO NUNCA:
"¿Ya estamos en Diciembre? ¡Pero cómo voló el año!..."

Obviedades aparte, ahora hay que empezar todo de vuelta: fin de año, Navidad, regalos, saludos, compras, nervios, aguinaldo, risas, broncas, remordimientos, proyectos, blanqueos, vacaciones y balance.

Todo junto en un el cocktail explosivo que termina con fuegos artificiales y sonrisas artificiales, también.

¿Y cómo fue 2009?
Ahora me acuerdo, reviso mi billetera y encuentro una tarjetita que me tocó al azar en la reunión del último 31 de Diciembre que dice: "Horóscopo 2009". La abro y leo "Una larga espera llega a su fin con una buena noticia..." y del otro lado: "Palabra clave: Estudiar". ¿Destino, condición o sugestión? No sé, pero las 2 cosas sucedieron: algo terminó (bien) y el estudio estuvo presente todo el año.

¿Si creo en los horóscopos?
No, no creo.

¡Hasta el próximo DISEÑO DATA!

bye!
MARTÍN LARRE
martin@larre.com.ar



 
   
 
O' Christmas Tree
Las luces navideñas fueron inventadas por un colaborador de Edison, en 1882, pero la tradición de iluminar los árboles navideños se remonta al siglo XVIII.

En ese entonces, debajo del árbol sólo se ponían baldes de agua, para evitar los frecuentes incendios que producían las velas.
  Jingle Claus
La leyenda dice que la imagen de Santa Claus fue inventada por Coca Cola en los '30s para promocionar la bebida, pero la realidad es que el simpático gordo rojo era en realidad un obispo griego del siglo IV a.C, legendario por su generosidad. En sus representaciones, se lo muestra como un hombre flaco, pero tal vez el moderno haya tomado mucha Coca Cola.
 
 
   
 

Para los que son padres, significa desembolsar montones de dinero y tirarlos al pozo sin fondo de los regalos, la angustia cuasi futbolística de saber si el hijo va a llevarse o no esa maldita materia, y cómo va a afectar las vacaciones, organizar reuniones familiares no deseadas, y empezar a pensar a comprar ese aire acondicionado "porque en la tele dicen que este verano se viene con todo..."

Para los que todavía tienen la suerte de ser hijos, significa la emoción del fin de clases, o la inexorable derrota de las materias previas, la organización de las más épicas vacaciones que el mundo haya visto jamás, las ganas de no tener horarios, y tal vez la terrible sorpresa de necesitar un trabajo de verano.

Y para los que están en el medio, que dejaron de ser hijos pero todavía no son padres, llega el momento de averiguar cuánto ahorraron realmente para las vacaciones, con quién van a pasar las fiestas, qué va a pasar con el trabajo, si tienen, si van a tener, si van a conseguir, si es un buen momento para volver a repartir diarios.



Pero lo que nadie está pensando en Diciembre es en el verano. El día 21 se produce el solsticio de verano, y las temperaturas suben de la agradable brisa primaveral al insoportable vaho pegajoso. Al menos en la ciudad. Verano en la ciudad. Eso es lo que nadie quiere. Los que pueden se van, y los que no pueden, se van como pueden. Tengo una teoría al respecto. El verano es la más humana de las estaciones. Es la más natural de todas. Algunos dirán que la primavera es la más hermosa, o el otoño. Pero el verano nos recuerda quiénes somos.

Nos recuerda que nuestras estructuras económicas, sociales, culturales, son finitas. Al no haber tanto trabajo, al no haber educación, muchos nos encontramos con nuestras naturalezas. De pronto las ropas nos abruman y nos pesan, se pegan a nuestros cuerpos por el sudor. Las ciudades se convierten en hornos megalópodos, y muchos sienten esa animal necesidad de estar cerca del agua, de quitarse la ropa y simplemente jugar, o recostarse y relajarse con el sonido del mar y otros humanos a su alrededor.

Si vamos a la playa y miramos a la gente, vamos a ver lo que tal vez eran los comportamientos de los primeros homo sapiens en la arena: los más pequeños juegan y hacen formas con la arena, o chapotean en aguas poco profundas.

Los más grandes se reúnen en grupos y se sientan a hablar, o van en grupo al agua, o duermen. Por eso ver a alguien con ropa en la playa es algo desagradable, y nos descoloca "¿qué hace esta persona acá? ¿por qué viene a recordarnos lo que somos?". Comemos con la mano, gritamos, arriamos a nuestras familias o formamos pareja... tal cual deben haberlo hecho nuestros antepasados.



Y en las noches, nos intoxicamos, bailamos, o volvemos a la playa para agruparnos alrededor de un fuego. Son ritos humanos, como las festividades dionisíacas que en tiempos pretéritos celebramos para purgar nuestros miedos, nuestras pasiones y nuestras desdichas.

Descontrolarse, perderse en la oscuridad, vivir vidas descolocadas por unos días es el objetivo. Tenemos que transfigurarnos para seguir vivos. Tenemos que cambiar para poder avanzar. Muchos de nosotros volvemos y sentimos que nuestras vidas van a cambiar: conocimos a alguien, queremos estudiar una carrera, o dejar la que estamos estudiando y tomar otra, o simplemente sabemos que este año las cosas van a ser diferentes, vamos a alcanzar todo nuestro potencial, y a liberarnos de nuestros jefes, nuestros clientes, nuestras relaciones sin sentido.

Vamos a crecer. Pero a medida que pasan los días, las semanas, los meses, descubrimos que nada de eso sucede. Nuestras vidas siguen exactamente iguales, y esto nos deprime. Para cuando llega el otoño, nuestros espíritus están llenos de melancolía. Extrañamos lo que sentimos en ese entonces, el poder de cambiar estaba al alcance de la mano. Vemos las hojas caer, la temperatura bajar.



Vemos la ropa una vez más amontonándose sobre nosotros, hasta taparnos completamente. Tal vez aquellas personas que conocimos en ese momento, ahora se muestren como realmente son, y nos alejemos. Entonces estamos solos una vez más, y prisioneros de la sociedad, la cultura y la economía. Pero sin darnos cuenta, este estado mental nos convierte en buenos miembros de la sociedad. Estar angustiados nos afila, nos deja listos para enfrentarnos a nuestras realidades. Nos da valor. Nos despertamos todos los días dispuestos a dar la vida en la lucha diaria del trabajo, la calle y las relaciones. Algo nos impulsa y nos ayuda a seguir con nuestras vidas. Si nos perdemos en la vorágine del día a día no nos vamos a dar cuenta de este ciclo, y estaremos condenados a repetirlo una y otra vez.

Por el contrario, si reflexionamos en lo que significa, tal vez encontremos la veta que necesitamos para dar ese gran paso, y atravesar el umbral del cambio.



Todas los recortes NO SON © Martín Larre 2009 - Los dibujitos, sí.

 
   
 
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